Tiene frío, mucho frío. La temperatura de su cuerpo es gélida. Su
mirada… perdida, quizás pretendía que los bricks de vino calentasen su sangre.
Pero,sin embargo, sólo ha llegado a sus ojos esa intención, la pretensión de
olvidar su día a día, su tiritar, su olor…Su olor ya no se llama aroma, se
apellida hedor. ¿El nombre de su perfume? “Eau de vino y suciedad”. Sobre sus piernas descansa un perro sucio, no
tanto como él, que come los pequeños trocitos de pan de la mano de Hedor...
Los que estamos con un ordenador
entre las manos en estos momentos podemos decir que somos bienaventurados.
Hoy te has levantado de tu cama,
caliente por la calefacción, te has duchado con agua caliente. Te secas con la
toalla, te arrancas la etiqueta de tu nuevo jersey, te vistes. Posteriormente,
acudes a la cocina dónde tomas un cortado templado y mojas el croissant.
Sales. Coges las llaves del coche o la tarjeta del bus y cierras la
puerta. Montas en el vehículo y, qué suerte,
te diriges hacia el trabajo o a la universidad. Echas allí toda la mañana quejándote.
Al mediodía comes y tienes el valor y la desfachatez de no acabarte todo lo que
había en el plato (si te viese Christian Grey ten por seguro que te azotaría
por no haber comido todo que se presentó ante ti). A la tarde trabajas, ves la
tele, vas de compras. Vuelves, cenas. De nuevo dejas lo que no quieres en el
cuenco. Ves la tele, follas con tu pareja, folla-amigo o desconocido y duermes
hasta la mañana siguiente.
Pobre, tu vida es aburrida y monótona. “Ojala pudiese levantarme, asomarme a la
ventana y ver Nueva York desde lo alto de un rascacielos; ojala pudiese comer
todos los días langosta,nécoras y bogavante del norte; ojala no fuese hoy lunes y tuviese que
trabajar; ojala me hubiese comprado otra camiseta porque esta me hace pocas
tetas; ojala hubiese otra cosa que comer ya que detesto las espinacas; ojala
pudiese comprarme un BMW serie 4 Coupé” (que pena que Christian Grey no fuese
tu novio y no te regale un Audi A3 y
venda ese Escarabajo asqueroso). Eso es todo lo que pensamos a lo largo del
día, todo lo que hacemos y sinceramente, me avergüenzo de mi misma por realizar
todas esas acciones y tener esas ideas tan capitalistas y egoístas. Quién lo
niegue, está mintiendo. Puedes ser María Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, una
especie de “misionero”, pero tristemente sólo por unos minutos a lo largo de tu
codiciosa y ambiciosa vida.
Contaré tu día observado desde
otro punto de vista. Tras montar en el vehículo, ya sea bus o coche, y
encaminas la dirección de tu cuerpo a su destino podrás advertir por el cristal
de la ventanilla que hay una mujer que busca algo en un contenedor acompañada
de un carrito y un niño sucio,que apenas está abrigado en pleno
invierno, que la acompaña. Unos metros más adelante, contempla lo que está
sucediendo a tu izquierda: un grupo de gente con esa colonia llamada “Hedor” se
reúne alrededor de una marquesina y beben bricks de vino mientras discuten
acerca de quién dormirá hoy en aquel albergue.
Cuando llegas a tu destino, bajas y ves a un señor al que le falta una
pierna suplicando un pequeño aguinaldo, quizás la décima parte de lo que te
gastaste en esas innecesarias Vans las utilizaría él mejor en algo llamado
alimentos, quizás te suene. Continúas sin darle nada “ya le dará otro”. Sales.
Acudes al supermercado. Allí te encuentras a la típica señora con pañuelo en la cabeza y una foto de sus tres
hijos “Soy extrajera. Tengo una familia y
no tengo trabajo. Una ayuda por favor”. Piensas “¡qué cuentista! En vez de
estar aquí podría estar buscando un empleo”. Pues bien, no todo el mundo corre
la misma suerte que tú. Hoy estás en tu casa, leyendo esto mientras tu cuerpo
es rodeado por el calor de la calefacción y la lluvia la ves pero no la sientes
sobre tu pelo caer. Quizás mañana estés
en la calle, acompañado de una maleta, una mochila, un perro y un brick de
vino.
Es increíble como en esta sociedad
en la que estamos inmersos nadie mueva un dedo por ayudar a esas personas. Me siento abatida cada vez que espero por el
bus en una marquesina para ir al centro comercial a comprar algo nuevo (e
innecesario) y a mi vera se hallan un montón de personas ebrias, intentando
olvidar las penas con alcohol, pasando frío, arropándose con un cartón.
Contemplo, y en el momento en el que prefieren compartir su comida con los
demás o con su mascota, entonces no logro eludir las ganas de que mis ojos se inunden
de un brillo apagado, casi como el que ellos muestran cuando me miran. No puedo
evitar entornar los ojos, librarme de que mi garganta se anude como mis
zapatillas y que mi cabeza se culpe por todo lo que hago de forma codiciosa. Todo esto me abruma. Miro a cada uno de ellos.
El más cercano a mí parece
sentirse incómodo, como si fuese algo nuevo para él. Probablemente, con la
crisis, se haya quedado primero sin trabajo y después sin casa. Está
relativamente limpio aún, sus gafas un poco sucias y puedo leer “Ray-Ban”en una
de sus patillas. Ese chico lo tuvo todo como yo, como tú, y ahora mira dónde
está. Lleva dos maletas de marca, bastante grandes, una mochila y un perro. Va
bien vestido. ¿Dónde está su familia? ¿Quizás estén como él en otra marquesina?
Tan sólo la idea de pensarlo me vence por completo. Ese chico hace un par de
meses estaba como yo y yo sólo hago gastar en cosas innecesarias y quejarme de
lo que como.
Los dos que lo siguen llevan una
indumentaria más desaseada, uno lleva mochila y el otro un brick de vino y una
empanadilla. Sus miradas están consumidas, ayudadas también por los porros en
los que se han gastado el poco dinero que tenían y a saber que otras
substancias más habitan en su cuerpo. Comparten la empanadilla. Un señor
corpulento y bajito lleva un palo y les pide con un tono amenazador la
empanadilla, se niegan y comienzan a discutir. Siento mucha pena de que estén
disputando por un trozo de comida y siento muchísima aflicción porque no se les
pueda entender ya ni lo que hablan… El chico Ray-Ban se fue. Sólo quedan ellos
tres. Una mujer de unos 30 años, demasiado
delgada, con la cara chupada se detiene
al lado con su perro “Hijos de puta. Dadle de jalar a mi perro que se muere de
hambre. Mi vida es una mierda, mi vida está perdida, mi chollo perdido y mis
palabras, con el mazo fumao que traigo, están perdidas”.
Quizás algún día tus nuevas Vans,
la nueva camiseta, el Iphone se conviertan en dinero perdido, quizás hables
recuerdes tu empleo como trabajo perdido, tu casita con calefacción un hogar perdido y las palabras de “que afortunado soy”
también pasen a ser palabras perdidas.