martes, 19 de noviembre de 2013

Crecer, caer...¿tiempo perdido? No cuando te levantas de nuevo

“No sé muy bien quién soy ni dónde estoy, menos aún para qué. Todo lo que conozco de la vida vino por sorpresa, pero no me quejaré nunca de todo lo que aprendí y a veces me enriqueció. Vengo de un largo viaje que culminará con la madurez, hija de la desesperanza y los sueños rotos, pero que nunca dejará de intentar ser Soy real. Soy como tú. Por eso puedes identificarte con lo que escribo.”

Un día, una buena amiga mía escribió estas palabras que jamás olvidaré. Quedó grabado en mi mente, cómo inscrito está el nombre de las estrellas de Hollywood en su placa del Paseo de la fama.

Hay momentos en la vida, en el que no sabes quién eres, quién fuiste, y por supuesto, quién serás. No sabes dónde estás, si en el principio del fin o en el final del principio. Es una espiral infinita, que te atrae como un imán, que no te deja escapar y acabas sintiéndote cómo cuando con diez años te preguntas “de dónde nace el Universo? Del Big Bang. Pero, y de dónde sale el Big Bang? De una explosión de ciertos materiales. Pero y esos materiales, cómo aparecieron?” Y así continuamente hasta acabar en un laberinto de preguntas sin una respuesta final.

Cuando tienes diez años piensas que los problemas son para los mayores. Crees que quizás puedas escapar de la muerte y vivir eternamente. Sostienes la idea de que tu vida será un camino de rosas. Imaginas que vivirás en una mansión con una piscina de 50 metros, caballos, muchos animales, un Ferrari descapotable, un jardinero, una asistenta y una familia con la que eres completamente feliz. Pero, ya a esa edad caes en la cuenta de que no vivirás eternamente. La gente muere, todos, uno a uno, y tú, tú también lo harás. Quizás sea ahí cuando tu madurez real comienza. Te das cuenta de que irás evolucionando y que no siempre tendrás todo aquello que deseas y que gente como Kimi Räikkönen, Bratt Pit o Angelina Jolie ostentan tranquilamente. Sin esfuerzos.
A partir de ese momento es cuando las preguntas acerca de tu vida y de la de los que te rodean nacen de la alborada de tu existencia. Dudas de que tus padres sean realmente tus padres. Quizás sólo sean actores que interpretan un rol. Temes vivir cuando duermes y yacer cuando vives. Te espanta la idea de que la gente sea capaz de leer tus pensamientos o de no alcanzar la vida de Kimi, Bratt o Angelina porque ves en los telediarios continuamente cómo niños negritos subsisten en la absoluta y rotunda miseria. Entonces ya no crees que serás ese niño cuyo futuro será perfecto. Luego te planteas, quién eres y a qué aspiras.

Creces. Pasas de medir un metro, a medir uno cincuenta, un metro sesenta,… Pones una cruz, tachando una vida eterna y perfecta y progresas interiormente en una vida real y consciente. Tu cuerpo comienza a anchar y con ello también anchan tus perspectivas e inteligencia, tu yo. De la figura que te hace ser algo material se desarrollan nuevas partes que nunca antes habías visto. Algo así pasa con tus pensamientos. Cavilas en quedar con otra gente y conocer. Piensas en tener relaciones más que de amistad. Reflexionas sobre la traición, pérdida de tus seres queridos, enfermedades,… Antes sólo te preocupabas de si tenías más o menos coches con los que jugar o de si siguen echando los Teletubbies en la televisión.

Y así creces, sabiendo quién eres en cada momento de tu desarrollo y sabiendo cuál fue tu pasado. Proyectas un futuro a partir de tus estudios. Cruzas el camino de “Quiero ser veterinario! No! Mejor, astronauta! No,no! Bombero! O profesor?” llegando a la estación que te dice “quiero ser esto, porque realmente es lo que me hace feliz y a partir del cual conseguiré tener un futuro próspero y seguro”. Todo va bien. Eres una versión con más recorrido por la vida de ese niño inocente, bonito y juguetón. Pero en algún momento, antes o después, hay algo que sale mal. Hay algo que te marca. Hay algo que te hace cambiar por completo. Es una piedra en el camino que necesitas apartar de él una vez que tropiezas con él y consigues levantarte. Ese guijarro hace que pierdas por completo la noción de tu personalidad. No tienes ni idea de quién eres y quién serás. No sabes dónde estás ni a dónde vas. A veces, hasta consigue que olvides quién fuiste un día. Es mala y cruel la piedra. Te sientes cómo un tarro de nocilla entre las manos de un niño: sin nocilla, vacío. Aprendiste cosas que te enseñaron mucho pero ¿y de qué sirve en esos momentos? De qué te sirvió cultivarte si has cometido errores. Sólo tienes ganas de estar sólo. Te preguntas y preguntas quién narices eres. En quién demonios te has convertido. Por qué no vuelve a ser todo como antes. Te machacas una y otra vez entre tantos interrogantes recostado sobre la cama, escuchando música, a la luz de la luna, mirando el ocaso en la playa,… de mil formas pero con el mismo final sin solución a todas esas cuestiones. 

Quizás un día lo consigas superar pero necesitas la ayuda de alguien y tu propia ayuda. Sobretodo esta última. Un fumador sabe que fumar es malo pero no lo deja porque no está concienciado de parar. Todo el mundo es capaz, hasta el más tonto. Miras antiguas fotografías, buscándote. Pero, no eres el mismo. Fíjate, ya no tienes la misma cara, no mides lo mismo y tu sonrisa… ya no es tan amplia. ¿Qué ha cambiado? Sigues intrigado examinando cada una de esas imágenes y ves poco a poco lo que ha cambiado. Te acabarás encontrando. Acabarás sabiendo quién eres y a lo que aspiras. Te darás cuenta que no valió la pena haberte hecho todas esas preguntas que alimentaban al monstruo del vacío. Lucharás por seguir adelante. Por labrarte un buen futuro. Te pesará mil veces en la vida. Te encontrarás mil piedras en tu camino. Será una montaña rusa de emociones, pero búscate siempre al final del túnel. Sí, quizás nunca llegues a tener la mansión de Bill Gates, pero, y eso qué más da? Sólo te debe importar ser feliz, sea en lo que sea. Quizás no tengas los amigos que tiene Paris Hilton, pero serán tus amigos, justos y necesarios. Quizás no puedas cobrar lo que cobra Tiger Woods, pero y qué? Quizás tu familia no sea la mejor, pero siempre será tu familia y la querrás. Qué importa! Quizás seas una gran persona o realmente perverso y cruel, pero eres tú y lo sabes. Lo que importa es tener conocimiento de quién eres, de dónde vienes y a dónde vas.
No hay tiempo perdido ni palabras perdidas cuando se vive en la realidad.